jueves, 26 de mayo de 2016

Maldito el humo que desprendes

Lo más lejos
de tus rizos,
sin poder oir
los balbuceos de tus labios.

Cojo un cigarro,
lo enciendo,
cierro los ojos,
le pego un calo,
y no echo el humo,
no hasta que elimine
lo tan imprescindible de matar
dentro de mí.

Esto
es lo más cerca
que me encuentro,
en este duro presente,
de ti;
la única forma que me queda
de tenerte en mí.
¿Qué hago yo ahora
con todas estas ganas de besarte?
¿Qué hago yo
con todas estas ganas de amarte?
Me quedo vacío de palabra
pegando una última calada,
recordando tu nombre
anhelando tus roces.

Te vas,
te marchas
y yo, otra vez,
fumando junto a mi bebida,
más solo
que un chiquillo abandonado.

Llorando como un bruto
en este atropello
de vagón de metro,
siendo esa imperfección
que intentó gobernar
lo salvaje tu vida.

Malditos los versos de Neruda,
que se alojaban entre las sabanas;
malditas las letras de Sabina,
que se respiraban en tu sonrisa;
malditas las noches de verano,
malditos los atardeceres de otoño,
malditas mis palabras de invierno.
Maldito yo,
malditos mis versos
que solo desprenden tu olor
y con los que muero
con la mano en el corazón

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