miércoles, 8 de junio de 2016

Brisa de un alma perdida.

La brisa de verano
entra por la ventana,
mientras brota sangre negra
de las más externas entrañas,
y las sensaciones de bienestar,
acopladas al alma,
tan solo tratan de no caer
en el más profundo
y adherirse a la primera locura
que se acerque con piernas bonitas
detrás de bambalinas.

Encontrando a la libertad
del hombre perdido,
entre las carreteras
con la brisa de verano en las mejillas
durante los días de anocheceres tardíos
y en los andares entre árboles
que silban al compás
de la ausencia de temor,
porque más temor que perder
lo que ya al final se ha perdido
no hay.

Entre el caos de las hojas
que ya no saben si vivir
o caer y marchitarse,
suenan los cuatro movimientos
que a destiempo
vuelven lunáticos
a los búhos de media noche
y a los lobos afiliados
a luz de la luna.

Bolígrafo en mano,
versos en mente,
pierde el ritmo latente
aquel ermitaño
curtido por los cientos de años,
creyente
aún de los ya viejos mitos
de amores eternos
y batallas ganadas a golpe de palabra.
Sentado esperando
a que pare el tictac
bajo el cobijo
de árboles no más jóvenes que él.

Bolígrafo en mente,
versos en mano,
toma su último aliento
de un amanecer ya casi naciente,
recuerda los años
de una larga vida
de extraños conocidos
que terminaron siendo irreconocibles
ante la retina de sus bocas
y los labios de sus ojos.
Muerto ya por dentro,
necesitado de vida encarnada
en frases regaladas,
durante las más tiernas baladas,
a las pieles magulladas
por sus destruidos amores.

Esparcido por el universo,
entrando como una brisa por una ventana,
resaltan los irreconocidos versos
de aquel viejo perdido, ahora,
en el tiempo,
encontrando a su amada
en lo eterno de estar muerto.

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